La
normalidad de la anormalidad
EDURNE
URIARTE
En
España nos hemos acostumbrado al incumplimiento de la ley. Y los que no se
acostumbran tienen miedo a las consecuencias.
ESTE
fin de semana me enfrenté al reto intelectual de explicar a mis amigos
argentinos el debate sobre la enseñanza y el idioma en Cataluña. Tarea
complicada, no porque mis amigos tengan escasos conocimientos políticos, todo
lo contrario, sino porque les pasa lo que a cualquier demócrata, les cuesta
entender que determinados abusos sean posibles en un sistema democrático
avanzado. De ahí que, como cualquier extranjero, tiendan a pensar que alguna
ofensa terrible se les acaba de hacer a los políticos catalanes para se hayan
indignado de tal manera.
Afortunadamente,
ellos mismos me pusieron en bandeja un ejemplo argentino que me sirvió para
explicarles que lo de Cataluña era la normalidad de la anormalidad, en este
caso, la anormalidad impuesta por los sucesivos Gobiernos catalanes. Me
recordaron que el patrimonio de Cristina Fernández Kirchner había aumentado en
un 3.540 por cien entre 2003, año de la llegada al poder de Néstor Kirchner, y
2011, y que el vicepresidente del Gobierno, Amado Boudou, está procesado por
dos gravísimas denuncias de corrupción.
¿Y
no hay una reacción social ante eso? les pregunté. No, Argentina ha
interiorizado la normalidad de la corrupción, me respondieron. Y eso, en la
semana en que estos dos mismos gobernantes esperaban culminar su proceso de
acoso contra un medio de comunicación, Clarín, afortunadamente frustrado de
momento por la decisión de dos jueces. Pero en una atmósfera, continuaron su
relato, en la que jueces, periodistas, empresarios, intelectuales y cualquiera
tiene miedo a las consecuencias si osan levantar la voz contra el Gobierno.
Pues
bien, lo de Cataluña, les expliqué, es la misma normalidad de la anormalidad.
Se trata de una autonomía con dos idiomas oficiales, el castellano y el
catalán, en la que los sucesivos Gobiernos han impedido que los niños reciban
la enseñanza en uno de ambos idiomas. Aún más, cuando los tribunales han
exigido a esos Gobiernos el cumplimiento de la ley, es decir, permitir la
enseñanza en castellano, han desobedecido a los tribunales. Y aún más
asombroso, cuando el Gobierno de la nación ha anunciado medidas para que se
cumpla la ley y para que se acabe con el abuso de impedir el uso del castellano
en la escuela pública, esos Gobiernos han respondido airadamente, ratificando
su intención de seguir incumpliendo la ley.
¿Y
no hay una reacción social ante eso? me preguntaron también. Pues no demasiada,
les expliqué. También en España hemos interiorizado la normalidad de esa
anormalidad. Nos hemos acostumbrado al incumplimiento de la ley. Y los que no
se acostumbran, tienen miedo a las consecuencias, como en vuestro país.
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