No
existe cauce legal alguno para la consulta
Vapuleado
en las urnas y acosado por las denuncias de corrupción, Mas, literalmente, huye
del Estado de Derecho, que personalmente ya le resulta incómodo. Quiere el suyo
propio
DOLIENTE
de las heridas que dejó su histórico fracaso en las elecciones, Artur Mas se
entregó ayer de manera definitiva a ERC al comprometerse, a cambio de sus
votos, a celebrar un referéndum ilegal en 2014. El líder convergente ha optado
por un camino lindante con la sedición y se muestra dispuesto a vulnerar la
Constitución, el Código Penal (vía prevaricación), la normativa de la UE y
hasta el sentido común en su huida a ningún sitio. Mas se ha aliado con el peor
socio posible para forjar un pacto contra España, ni más ni menos. Desoyendo
todas las apelaciones al diálogo lanzadas desde el Ejecutivo central (la
última, ayer mismo, en boca del propio Rajoy), Convergencia se echa al monte y
lanza una propuesta cuyo único propósito es ir contra el Estado, es decir,
contra todos los españoles. Mas sabe que no existe cauce legal alguno para la
consulta y su objetivo, por tanto, es enfrentar a los catalanes con el resto de
España, conjugando el tradicional victimismo nacionalista (el célebre y
mentiroso «España nos roba») con sus urgencias económicas, agravadas por la
nefasta gestión que CiU ha hecho de la crisis desde su regreso a la
Generalitat. El batacazo electoral parece haber multiplicado la insensatez de
Mas. Antes de sellar el pacto con ERC, lanzaba otro desafío al aprobar un
impuesto regional sobre los depósitos bancarios, otra de las exigencias de ERC.
La deslealtad de Convergencia con el Estado -con la inestimable ayuda de Unió-
ha alcanzado su punto máximo. Y deslealtad también con los catalanes, a los que
ha prometido una Cataluña independiente dentro de la UE, sin encontrar ni un
solo apoyo exterior relevante a su embuste.
Es
hora de que la Cataluña sensata se haga notar y alerte sobre un disparate que
acabará con su futuro, y que el Gobierno y el resto de los partidos estén a la
altura del desafío antidemocrático planteado por CiU. Es de esperar que el PSOE
responda como dicta el sentido de Estado, aunque siempre cargará con la culpa
de haber abierto a ERC la primera puerta hacia el gobierno. Y también ha de
responder la sociedad civil. Los empresarios, por ejemplo, que deben abandonar
su silencio y lanzar en público lo que solo se atreven a decir en privado: que
la independencia es el suicidio, que Cataluña necesita a España (económica y
socialmente) porque nunca ha sido otra cosa que España. No es casual que el
envite coincida con que se esté empezando a abrir la puerta de la sentina
corrupta que, presuntamente, se esconde tras las cuentas y trapicheos de
dirigentes de CiU, que han llevado a un juez a embargarle su sede central. Vapuleado
en las urnas y acosado por las denuncias de corrupción, Mas huye del Estado de
Derecho, que personalmente ya le resulta incómodo. Quiere el suyo propio.
Jeremíaca
IGNACIO
CAMACHO
La
culpa histórica: Rajoy ha descargado sobre los socialistas una maldición
bíblica, un anatema veterotestamentario
DESDE
Toledo, capital imperial, ha tronado como un cañonazo la solemne maldición de
Rajoy contra los socialistas: «Cargarán con una culpa histórica». Después de un
abrasivo año en el poder, el presidente sigue encabronado contra sus
antecesores y los apostrofa con un anatema eterno y casi hereditario; no sólo
no parece dispuesto a renunciar al argumento del legado catastrófico sino que,
irritado por los recursos del PSOE a sus medidas de ajuste, amenaza con
pasárselo por la cara a sus rivales durante lo que reste de mandato. Si aún
quedaba alguna brizna de esperanza de consenso voló el lunes entre los jarales
del Tajo.
El
mayor error de este Gobierno lo cometió antes de tomar posesión: minusvaloró la
escala del desastre y, a pesar de su cantado triunfo electoral y de la famosa
transmisión ejemplar de poderes, aterrizó en los ministerios sin un plan
alternativo. Creyó que el desalojo de Zapatero serviría de bálsamo universal
para la recuperación de confianza y que la sociedad recibiría al PP como si
fuese un cuerpo de liberación nacional. Los críticos peor intencionados
sospechan que sí atisbaban la situación real y prefirieron no considerarla en
su programa para no meter miedo; más vale pensar que se trató de un pecado de
ingenuidad o de arrogancia. De una forma o de otra, ese desfase ha marcado la
legislatura al convertir al Gabinete en una máquina de incumplir promesas.
Sea
como fuere, la cuestión no exime de responsabilidad a los autores de la quiebra
del Estado, que en dos años delirantes provocaron un déficit del 11 por ciento
sin mejorar un ápice el cuadro crítico, exánime, de la economía social. Atorado
por los problemas que sus adversarios le recriminan después de creárselos,
Rajoy ha descargado en ellos, con una gravedad retórica veterotestamentaria, la
factura de un desgaste que se resiste a asumir en solitario. La culpa histórica
parece una execración bíblica, una censura jeremíaca que pretende condenar a
los socialistas a la travesía de un prolongado desierto de postraciones.
Pero
la memoria contemporánea es volátil, presentista, efímera, y llegará un momento
en que el Gobierno estará solo ante sus propios compromisos; la eternidad no
existe en política. En realidad ya los ha asumido aunque no le guste; hay
muchos votantes decepcionados del PP detrás de las crecientes pancartas de la
calle. Al marianismo le ha faltado un relato competente y sólido de sus
aprietos ante las dificultades heredadas, que sólo ha exhibido como recurso
exculpatorio en momentos puntuales de agobio. Todavía puede apelar, en el
balance del primer año, a la calamidad fresca y reciente de los cajones vacíos
de dinero y llenos de facturas. A partir del segundo presupuesto, sin embargo,
va a diluirse gran parte de las coartadas, por la misma razón que Wilde decía
que desde de los cuarenta años todo hombre es responsable de su cara.
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