Aventura
César
Alonso de los Ríos
Para
el hispanista Karl Vossler los españoles nos hemos distinguido siempre por
tomarnos la vida como una aventura. Hasta el extremo de no querer reconocernos
como tales. Si fuimos los primeros europeos en crear un Estado y gracias a ello
pudo surgir una conciencia nacional (Menéndez Pelayo dixit) fuimos también los
primeros en preguntarnos hasta la obsesión por nuestro «origen, ser y existir»
(Castro, Albornoz) y por los «hechos diferenciales» de algunas regiones (Rovira
y Virgili, Prat, Arana). Las luchas por esta cuestión, llamada nacional, llegó
a ser armada en el 36 aunque se mezcló con revoluciones agrarias y luchas
antirreligiosas. Tras la era de Franco, que diría Tamames, las viejas
diferencias se encauzarían hacia los Parlamentos con la excepción de ETA que
hoy necesita la comprensión de todos para morir en su casa.
La
verdad es que la democracia les cayó a las gentes en las manos, tan facilmente,
tan de sopetón, tan sin quererlo, tan a rey puesto, que entre unos cuantos
políticos distribuyeron a gusto las provincias en «comunidades», y al
distinguir estas entre normales e históricas insinuaron la carrera que cabría
hacer en el futuro. Los sobreentendidos sobre el diseño del posible Estado eran
tales que todo este juego fue un aplazamiento a la solución del problema de
fondo, la clave de paz de la «transición». Con la excepción de ETA. Pero fue la
Constitución lo que dejó anunciada la guerra. Se iba a disimular el
descuartizamiento del ser histórico de España como si se tratara de una
descentralización administrativa. Cobardes. Ahora llega la hora. De nuestra
nueva aventura. La que no sospechaban nuestros políticos más tontos: cuando
explicaron por todos los países del orbe las maravillas de este retablo en
transición. Pero no lo que sucedería más o menos por estas fechas. Con el
pretexto de algo así como una guerra mundial o una crisis económica..
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